Sand Land es un juego que, sin malicia, promete y engaña. Un juego que hasta puede decepcionar si se lo encara con poca o nula información. Su estructura de mundo abierto y la vasta cantidad de mecánicas, puede predisponer a cualquiera a esperar un tipo de experiencia que se termina alejando respecto a lo que finalmente ofrece. Es uno de esos títulos que, dependiendo desde donde se lo aborde, puede ser una grata sorpresa o una total decepción. Una propuesta que tiene ideas y momentos fantásticos, pero que se siente más como un tributo a Akira Toriyama que un videojuego per se.
En virtud de lo mencionado, podemos caer en la sensación de que Sand Land no salió como se esperaba. Que estamos frente a un mal juego. Y no, eso no es así. Pero desglosemos todo lo que el título tiene para ofrecer. El título nos pone en la piel de Beelzebub, el príncipe de los demonios, que junto a su camarada Thief, y el sheriff humano Rao, se embarcan en la búsqueda de una fuente de agua legendaria, con la esperanza de traer prosperidad a la tierra que da nombre al videojuego.
La historia se desarrolla en un vasto mundo abierto azotado por la guerra y la sequía. Un desierto lleno de peligros, que van desde bestias a grupos de bandidos, pero todos con una estética que grita Toriyama a los cuatro vientos. De más está decir que esto no sólo se percibe en el diseño de personajes y los vehículos, sino también en el guion y el humor que lleva adelante la historia. Y es que Sand Land es, en primer lugar y sin ningún tipo de duda, una gran adaptación que toma la obra del difunto ‘mangaka‘ y la traslada a un medio diferente, plasmando el arte y el carisma de los personajes y del propio mundo. Ahí es donde el juego brilla, siendo todo ello el motor que lo sostiene y lo lleva adelante.
Ahora, si analizamos el juego simplemente como una experiencia interactiva de mundo abierto, puede llegar a decepcionar. Sand Land se siente vacío, con actividades secundarias escasas y repetitivas. De hecho, hay muy poco incentivo para salirse de la trama principal y explorar por nuestra propia cuenta. Lo mismo se puede decir de los distintos sistemas y mecánicas. Con un decente árbol de habilidades para Beelzebub y sus compañeros, y un robusto sistema de personalización para los distintos vehículos, el juego promete más de lo que ofrece.
El caso es que más allá de todas las opciones, el juego nunca nos pone a prueba al 100%. La mayoría de los encuentros contra enemigos resultan simples y repetitivos, y el combate se siente carente de profundidad. En especial porque disponemos de un amplio abanico de vehículos y una gran cantidad de opciones de personalización, tanto en su funcionalidad como en aspecto. Tal es así que todo el sistema de recursos gira alrededor de la modificación y optimización de estas máquinas, que van desde tanques y motocicletas, a mechas. Por eso resulta un tanto anticlimático que, al final del día, tengan tan poco impacto en lo que a acción se refiere.
Este último aspecto puede llegar a ser el más decepcionante ya que es el que más promete. Sin embargo, por contraparte, los vehículos mantienen una utilidad específica en todo lo inherente a la exploración. Y es que además de utilizarlos como medio de transporte o herramientas de guerra, los vehículos pueden ayudarnos a alcanzar zonas aparentemente inaccesibles, e incluso a hacer mucho más llevadera la navegación en el mapa, diferenciándose tajantemente en cuanto a su funcionalidad. Pero estos elementos, que no se sostienen por sí mismos, ganan peso cuando tomamos a Sand Land menos como un videojuego y más como la adaptación de una novela visual.
Lo que esto quiere decir es que gran parte del disfrute está condicionado con cuanto conectemos con los protagonistas, sus historias y el mundo. La exploración gana mucho cuando la hacemos a partir de la alguna misión secundaria, las cuales a su vez ganan importancia ya que afectan la progresión de nuestro pueblo-base, que también tiene gran relevancia narrativa. El vasto desierto, tedioso de navegar por momentos, cobra un sentido diferente como escenario de la trama principal, convirtiendo a ese yermo vacío en una parte integral de su identidad, como temática del conflicto.
El punto principal sobre el cual se sostiene Sand Land es su historia, los diálogos y sus personajes. Navegar una de las tantas cuevas genéricas que pueblan el mapa, gana toda una nueva dimensión cuando lo hacemos incentivados por ver cómo continúa la trama personal de algún personaje que nos pida ayuda en nuestros viajes. El mundo abierto funciona menos como un campo de juegos en el cual perdernos y más como un gran escenario en el cual se desarrollan estas historias.
Para un fan de la obra de Toriyama, Sand Land cumple a la hora de dar vida a sus personajes carismáticos, a sus absurdos diálogos y ridículas maquinarias. El humor está siempre presente, así como también la humanidad y el drama que nos hacen conectar con los protagonistas y su mundo. Si reducimos al juego simplemente a un conjunto de mecánicas, entonces nos encontraremos con una experiencia carece de fuerza y profundidad. No obstante, es cuando nos dejamos llevar de la mano de su narrativa que todo cobra sentido. Y de pronto, todo se vuelve mucho más disfrutable.
Sand Land puede no ser del gusto de quien esperaba una experiencia muy profunda en cuanto a mecánicas y un desafío en términos de dificultad. Tampoco para quien buscase sumergirse en un mundo plagado de actividades y secretos que descubrir a cada paso. Por el contrario, es un juego que dejará satisfecho a los seguidores de la obra original y de su excelso autor. Pero también a todo aquel que busque disfrutar de una experiencia que se vuelca a la narrativa. De ser así, encontrarán aquí no sólo un videojuego que vale la pena experimentar, sino también una propuesta indispensable para los fans del manga. Y por sobre todo, un gran tributo para el propio Akira Toriyama.
Sobre Mariano Daneri
Me gustan las milanesas con fideos.
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