Pregunta: ¿Hace cuánto jugás videojuegos? Sin importar la respuesta, y por más que podamos encontrar influencias o similitudes, estoy seguro que nunca jugaste algo como Fading Afternoon. Si tuviera que utilizar los términos más comunes en mi querido oficio, lo describiría como un beat ‘em up con dosis de simulador. Esa era mi primera impresión, que habría defendido a capa y espada durante las primeras 5 horas. Sin embargo, a lo largo de mi aventura algo cambió. De repente, el protagonista pasé a ser yo y las consecuencias de mis actos comenzaron a pesar sobre mis hombros. Esa es la esencia del nuevo título de Yeo, que trasciende las mecánicas y las descripciones mundanas para elevarse por sobre un meta-juego tan delicioso como hostil, pero definitivamente irresistible.
Todo comienza cuando cumplimos nuestra condena y salimos de la cárcel. Siendo un yakuza bastante respetado, nuestro jefe está fuera, esperándonos para darnos la bienvenida a la libertad. El nos cuenta cómo cambió el mundo y nos recuerda que nuestro trabajo en la mafia japonesa está disponible. Los primeros capítulos están cargados de solemnidad y sencillez. Estamos viejos, pero hay que mantener las apariencias porque de éstas depende el respeto. Fading Afternoon es un brawler que no nos obliga a pelear rápidamente, por el contrario está esperando a que demos el primer paso. ¿Tenemos que iniciar una guerra por el territorio? Sí. Es parte de la experiencia, tanto como aprender de los errores. De hecho, depende de que nos equivoquemos para mostrarnos todo su potencial.
A simple vista, el nuevo título de Yeo puede parecer un simple beat ‘em up con sprites al estilo Kunio-Kun y fondos detallados que recrean un Japón ochentoso, digno de un clásico de Takashi Miike. Sin embargo, a medida que más nos involucramos con la narrativa, la experiencia comienza a abrirse por capas. Está claro que el protagonista está enfermo y de a poco entenderemos sus motivaciones, el origen de su lealtad inquebrantable y sus razones para seguir adelante. Para eso vamos a tener que prestar atención a los detalles, a cada comentario o diálogo, y actuar en consecuencia. No hay segundas oportunidades en este juego. Y no me refiero únicamente al permadeath que eventualmente vamos a experimentar, sino a la cantidad de eventos únicos que le dan forma a cada partida.
Es muy difícil de explicar sin apoyarme en momentos increíbles que quedarían absolutamente arruinados para ustedes, pero intentaré esquivar todos los spoilers posibles. De buenas a primeras, estamos ante un brawler que construye una narrativa profunda e inmersiva sin textos eternos ni cinemáticas espectaculares. Es fantástico vivir las consecuencias de nuestros descuidos en carne propia, entender la importancia de la imagen y el respeto para un Yakuza venido a menos y ver como una reputación infernal puede escurrirse entre tus dedos por una mala decisión. Yeo no pierde tiempo con tutoriales ni nos da un tour por sus mecánicas troncales. A grandes rasgos lo único que vamos a poder consultar a voluntad será nuestra salud y el listado de movimientos que conforman un sistema de combate con dos botones.
El paso del tiempo es una mecánica que atraviesa toda la experiencia y, por supuesto, también conlleva consecuencias. Cada día vivido es un poco menos de arena en el reloj de nuestra vida, pero cómo la vivimos condiciona que tanto derramamos. Lo maravilloso es que, pese a su presentación pixelada y hermosa, todo gira alrededor de una lógica intuitiva y evidente. Quizás por eso resulta tan inmersivo caminar por los barrios, al compás de una de las mejores bandas de sonido de chiptune que escuché en décadas. Podremos resolver las cosas con violencia, pero también reflexionar sobre la vida pescando frente a un lago. Detalles tan simples como abrir un paraguas bajo la lluvia, sentarse en un bar a tomar un buen whisky en soledad o fumarse un pucho después de una pelea se vuelven un hábito. Ahí es cuando nos damos cuenta de que la historia está calando profundo.
Las peleas son hostiles y rápidas, somos tan letales como frágiles. Así como podemos despachar a diez oponentes con una coordinación diabólica, una botella traicionera puede dejarnos de rodillas y mandarnos al hospital. Parece mentira, pero con dos botones Yeo logró hacer un sistema de combate profundo que toma lo hecho en The Friends of Ringo Ishikawa y lo adapta a las necesidades de este nuevo título. Hay bloqueos y desarmes, contraataques y llaves, ataques a la carrera, patadas y tomas de todo tipo. Es cierto que puede volverse confuso, pero con un poco de práctica es posible aprender a pelear bien. Para todo lo demás existen las pistolas automáticas, si es que tenemos la puntería necesaria.
Cada paso que damos, aún sin darnos cuenta, va delineando el final de la aventura. Es algo que entenderemos a medida que empezamos nuevas partidas y, por más que hagamos un esfuerzo descomunal, la prueba y el error son parte crucial de la experiencia. Casi como en la vida real, en Fading Afternoon todo es definitivo. A veces un NPC puede decirnos algo importante, pero Yeo -que no da puntada sin hilo- tampoco hace hincapié en la relevancia del dato. Acá no hay textos de color rojo ni recordatorios en el mapa. Los eventos son únicos y si nos dicen ‘mañana voy a estar tomando un té a la orilla del río’ mejor asegurarse de estar ahí. Por que, si nos olvidamos por andar a las piñas o por terminar internados como consecuencia de dichas desventuras, esa oportunidad no vuelve más.
Perderse eventos también es parte del juego. Acá no se «rompe» la narrativa, porque no hay una forma «correcta» de jugar. Cada partida es única, es una «vida» distinta y nosotros como jugadores somos los únicos en recordar lo sucedido. Somos quienes aprendemos sobre la vida del protagonista, como así también los que podemos evitarle problemas y generarle vínculos más sanos.
Paradójicamente, también somos quienes decidimos si responder con violencia ante una situación determinada resolverá un problema o generará uno más grande. Aquellos que sopesamos las consecuencias que puede acarrar el matar al jefe de una familia, aceptar un tratado de paz, o si mejor enfocamos nuestras energías en perseguir el verdadero amor. ¿Cómo? ¿Hay lugar para el romance en este beat ‘em up introspectivo? ¡Pero por supuesto! Y no solo eso, Yeo se la pasa actualizándolo con pequeñas novedades que impactan en la inmersión, como poder andar en bicicleta o sentarse a mirar la tele mientras nuestra novia prepara la cena.
Fading Afternoon es mucho más profundo de lo que parece y, aún cuando uno siente que ya lo conoce bien, siempre tiene algo nuevo para ofrecer. El haberlo jugado codo a codo con Frank me trajo recuerdos de la prehistoria gamer. De cuando los juegos eran un misterio que se revelaba a fuerza de ir jugando y comentando con amigos. Juntarnos en los recreos a contar qué habíamos jugado, compartiendo consejos y descubriendo eventos secretos gracias a las aventuras de otros jugadores es algo que no vivía desde Demon’s Souls y Dark Souls, y de eso ya pasaron más de diez años. Y toda esta mística se logra a través del desafío más puro y crudo, que obliga a la prueba y al error, que invita a la frustración y eventualmente destila el placer más puro que puede sentir un apasionado por el gaming.
La contra es que no todos podrán disfrutarlo, y está bien. Tal vez lo veo así porque esta vez estoy del lado beneficiado. Aquellos que busquen un beat ‘em up clásico no lo van a encontrar acá. El combate, sin dejar de ser una mecánica troncal, da un paso al costado en pos de la inmersión y la narrativa. La falta de tutoriales, recordatorios y todas las ayudas a las que estamos acostumbrados (¿Mal acostumbrados, quizás?) puede llegar a repeler a cierta parte de la audiencia. Y, si bien a veces me hubiera gustado saber de antemano cómo funciona cada mecánica, admito que encuentro cierto regocijo en descubrir y comprender estos pequeños misterios. Por todo esto es que debo advertirles que el nuevo título de Yeo no está diseñado «para todos». Es hostil, oscuro y castigador, y no estoy hablando de la historia sino de cómo está dispuesta la experiencia.
Fading Afternoon es un título que no deja de vivir en mi subconsciente: se alquiló una habitación allí y de vez en cuando viene a pedirme que vuelva. Mientras trabajo en otros proyectos me descubro reviviendo escenas inolvidables, repasando decisiones y pensando en cómo aprovechar mejor el tiempo cuando en mi próxima partida. Nunca olvidaré mi primera muerte y alguna vez dejaré de fumar. Tal vez le proponga casamiento a la mujer que amo o salga a buscar a ese amigo perdido al que le di la espalda. La falta de límites explícitos hace que la imaginación vuele y deja la aventura en nuestras manos. Allí hay una versión pixelada del Japón de los ochentas con un yakuza venido en años, que se acicala antes de salir de casa, se pone un traje vistoso y conduce un convertible gris que lo llevará a vivir el último atardecer de su vida.
Sobre Sebastián Cigarreta
Periodista especializado en gaming, amante de los juegos incomprendidos y eterno enamorado de los clásicos noventosos. Tengo debilidad por todos los MegaMan, siempre Vega main y soy eterno caballero de Boletaria.
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