Cuenta la leyenda que la Australia rural es un lugar bastante difícil donde vivir. El clima es seco pero muy cálido, y prácticamente cualquier insecto puede matarte. Eso sin contar los muchos animales salvajes que deambulan por ahí, que sin mucho esfuerzo podrían convertir un día placentero en una auténtica pesadilla. Ahora, tomemos este escenario y añadamos un par de explosiones nucleares: El resultado es Broken Roads. El título debut de Drop Bear Bytes es un RPG que nos sumerge en lo más profundo de la tierra del Vegemite, con una propuesta que bebe de clásicos como Wasteland o Fallout, pero manteniendo un estilo propio.
Broken Roads está ambientado en una Australia devastada y triste, donde sólo sobrevive el más fuerte. Es un juego que, mediante una narrativa sostenida en la filosofía, nos deja ver que no sólo la guerra nunca cambia, sino también que el humano puede llegar a ser egoísta, mezquino, manipulador y codicioso. Si bien no dista mucho del planteo de Fallout, lo cierto es que aquí predomina una visión más moralista, donde los límites del bien y del mal resultan completamente difusos.
Drop Bear Bytes nos brinda mucha libertad para tomar decisiones, convirtiendo a nuestro personaje en una persona con la influencia suficiente como para cambiar la vida de los demás. Esto es posible gracias a la ‘brújula moral’, que mediante filosofías como el utilitarismo, humanista, nihilista y maquiavélico, trazan la visión que tenemos acerca del mundo. Antes de comenzar la partida, además de crear nuestro personaje, tendremos que realizar un test de personalidad que determinará la escuela de pensamiento con la que estamos alineados. Sin embargo, esto no quiere decir que vamos a estar atados a ella.
Nuestra visión del mundo condiciona en cierto modo las respuestas que podemos dar a otros personajes y lo que ellos piensan de nosotros. Sin embargo, es posible escoger opciones de diálogo que cambien completamente la forma que tenemos de pensar. Es algo similar a lo que sucede en el día a día, donde diversos factores pueden alterar la percepción que tenemos de algo o alguien. Pero del mismo modo, tampoco nos es ajeno el dejarnos influenciar por ideas más alineadas al modo en que vemos las cosas. Es en este punto donde comienza el ejercicio de pensamiento que pretende plasmar Broken Roads y descubrimos que cada decisión tiene consecuencias con las que tendremos que cargar.
La Australia planteada por el equipo de desarrollo resulta similar a la vista en otras propuestas que abordan la temática del post-apocalipsis. Gran parte del paisaje lo conforma un yermo prácticamente vacío, con algunas zonas relativamente pobladas, donde un vaso de agua o un trozo de pan duro son el equivalente a tesoros invaluables. Fuera de la ‘seguridad’ que ofrecen las ciudades nos aguarda un gran mapa que podemos explorar con libertad. Eventualmente encontraremos canguros, arañas gigantes o bandidos, y como bien podemos intuir, todos querrán matarnos.
Resulta interesante el hecho de que, si bien el juego no lo explica (o al menos no lo suficientemente claro) el paso del tiempo es algo más que un simple detalle decorativo. Existen misiones y eventos cuyos desenlaces dependen enteramente de nuestra intervención. Es decir, están en constante movimiento y existe una fecha límite para que ‘algo suceda’. Del mismo modo, algunos NPC no permanecerán siempre en un mismo lugar esperando a que les prestemos atención. Cada segundo cuenta y permanecer en la neutralidad, que también es una opción, no es lo más inteligente que podemos hacer.
Al fin y al cabo, Broken Roads nos habla de la supervivencia del individuo, del grupo, de la sociedad y, finalmente, de la humanidad. En el medio de este berenjenal es que se encuentra nuestro protagonista, un topógrafo que por circunstancias de la vida se ve envuelto en una trama llena de acontecimientos violentos y mezquindades. Pero aquí no es posible tachar a nadie de bueno o malo. Tan sólo son personas que buscan lo mejor para sí mismos y también para los suyos, aunque ello implique que el pueblo vecino se muera de hambre. De cualquier modo y pese a la libertad que el título presagia, llegado un punto la historia parece quedar encorsetada, llevándonos hacia donde ella quiere.
Eso no es necesariamente algo malo para lo que intenta la narrativa, pero al final lo más interesante resulta descubrir cómo evitar el derramamiento de sangre. En este sentido, es genial que Drop Bear Bytes ofrezca la opción de terminar la aventura sin disparar un sólo tiro. No obstante, poder llevar a cabo dicha hazaña nos obligará a transitar por la senda del determinismo. Es cómo si no existiera un margen para la improvisación. Si no nos ceñimos a una filosofía en concreto y no poseemos las habilidades necesarias, será imposible rehuir a determinados enfrentamientos.
Los combates no están mal, aunque tampoco es lo mejor del juego. Es lento, y no ofrece demasiadas variantes o alternativas. Al igual que en Wasteland, apela por un sistema táctico por turnos donde contamos con puntos de movimiento y de acción. También podemos tomar coberturas medias o completas y hacer uso de objetos como granadas o cócteles molotov. Y luego lo de siempre: Cuanto mejor sea el arma y la armadura que tengamos equipada, más daño causaremos y más disparos aguantaremos antes de caer. Mecánicamente resultan sencillos, funcionales y poco más.
El mayor problema en este sentido es el desbalance y la nula evolución de los enemigos. Al principio, son demasiado poderosos e incluso algunos encuentros resultan absurdamente unilaterales, al punto de que no tendremos posibilidad alguna de ganar. Esto se hace particularmente evidente cuando con un grupo de 5 personajes tenemos que hacer frente a 8 o 9 bandidos que actúan antes de que tan siquiera podamos ponernos a cubierto. Dichas situaciones desembocan en una inevitable sensación de frustración. La cosa cambia cuando nos volvemos fuertes y conseguimos buen equipo, pero entonces las peleas se tornan increíblemente fáciles y, por ende, aburridas.
Otro de los inconvenientes de Broken Road, se manifiesta en una cuestión donde, se supone, un RPG no debería fallar: Las entradas en el diario. El juego ofrece muchísimas misiones, tanto principales como secundarias y si bien recopila casi toda la información importante, en ocasiones algunos datos relevantes se pierden. Esto deriva en una consecuente pérdida de tiempo, especialmente cuando no queda en claro dónde debemos buscar determinado objeto o personaje. A decir verdad, nada que no se solucione prestando minuciosa atención a los diálogos. Sin embargo, cómo un detalle relevante se nos pase por alto, terminaremos dando vueltas por el desierto como pollo sin cabeza.
Al margen de lo mencionado, técnicamente es un videojuego discreto, pero correcto. Gráficamente apela a un estilo que por momentos parece dibujado a mano, mezclando objetos o personajes en 3D, pero todo con una apariencia desgastada. Algunos escenarios y ubicaciones lucen realmente bien, con estructuras o edificios imponentes que resaltan de lo monótono que se siente el resto del mundo. La música también se mantiene en la línea de lo agradable, con una melodía de guitarra que si bien se repite bastante, aporta mucha ambientación. También hay algo de actuación de voz, bastante buena a decir verdad, a excepción del narrador que busca aportar un tono de drama innecesario.
En general, Broken Roads es un videojuego bueno y que cumple, aunque no destaca de sobremanera en ningún aspecto. La inclusión de la brújula moral es muy interesante, aunque muchas veces el determinismo toma más protagonismo del que debería, coartando con la libertad que el título pretende ofrecer. Pese a ello, Drop Bear Bytes dio vida a un RPG interesante, poseedor de una ambientación trillada, pero con suficiente personalidad como para trazar su propio camino. Uno largo e intrincado que incluso puede marcar el inicio de una saga con un sabor cultural distintivo que lo abarca todo.
Sobre Franco Borgogna
Periodista apasionado por los videojuegos que sueña en mundos pixel-art sin caídas de frames. Streamer a tiempo parcial, fundador de la comunidad “La Orden del Pixel”, amante de la series, las películas y los comics.
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